Me di cuenta de que Mario se nos estaba yendo una tarde en la Real Academia Española porque lo oí, confundiendo dos realidades inconexas, mientras conversábamos camino a la sala de plenarios. Preferí pensar que la confusión era mía, pero no pude dejar de temer por él. A menudo, al leer a Virginia Woolf, sus novelas y sus diarios, sobre todo, he imaginado lo que sería para ella percibir trechos resbalosos en la coherencia de su pensar. Para mentes lúcidas cuyo mayor tesoro ha sido la potencia y placer de un intelecto extraordinario, la sensación de perder el dominio sobre este debe de ser intolerable y doloroso. Rogué que no fuera el caso de Mario.Más informaciónPor ser numeraria de la Academia Nicaragüense de la Lengua, soy correspondiente de la Academia Española. La RAE me acogió desde que llegué a España y fue allí, en la hora previa al plenario, cuando los académicos coinciden en la Sala de Pastas para un breve encuentro social, cuando desarrollé mi amistad con Vargas Llosa.Lo había conocido personalmente en los años ochenta, cuando visitó Nicaragua en el tiempo de la revolución. No se enamoró de ella, como fue el caso de otros grandes escritores. No recuerdo lo que escribió, pero sí la reticencia con que la mayoría lo recibimos por ser un intelectual “de derechas” Sin embargo, como nunca me tragué las excusas de Cuba en el caso de Heberto Padilla, la posición disidente de Mario me pareció un acto de valentía tan respetable como para no intentar borrarlo del mapa o dejar de leerlo. Leía con deslumbre sus ensayos literarios. Historia de un Deicidio donde devela las raíces múltiples de Cien años de soledad, o La orgía perpetua sobre Madame Bovary y Flaubert, son prodigios de la percepción y del puro gozo de un lector capaz de describir y regodearse con la excelencia de sus pares. Más que de sus ficciones admirables, debo admitir que soy devota de sus ensayos.Más informaciónEstuve en muchas ocasiones en la cercanía de Mario, a través de la Cátedra Vargas Llosa y sus actividades. Participé en varias bienales de novela. En la segunda, en Guadalajara, recuerdo su espanto ante una carta firmada por una centena de escritores, reclamando la deficiente presencia femenina en estas. Reaccionó muy dolido por sentir que se le reprochaba sin razón y por encontrar firmas que él consideraba eran sus amigas. Creo que su nombre lo hizo blanco de un reclamo punzante que correspondía hacer a cantidad de otras similares convocatorias. Mario pagó muchos precios por su honestidad intelectual. A medida que pasó el tiempo y que sus críticas fueron demostrando su acierto, mi admiración por él creció.Su retiro de la arena pública, cuando dejó sus columnas en EL PAÍS y anunció que Le dedico mi silencio sería su última novela, fue otra demostración de ese compromiso suyo con la realidad de su propia vida.La última vez que lo vi en la Academia estaba delgado y demacrado; sin embargo, su elegancia, su porte de hombre apuesto, la aureola de saberse quién era sin arrogancia, me quedan en la retina. Además de sus letras que me acompañarán y acompañarán a muchas generaciones, guardaré con mucho afecto el privilegio de haberlo tenido cerca, el sonido de su risa, el ingenio de su conversación y su sentido de humor. Fue un maestro que se dio y nos dio a todos el ejemplo de un rey sol intelectual, que nunca dejó de comportarse y aceptarse como un hombre, plenamente comprometido con la vida y consciente de sus errores y aciertos. Triste despedir a quien sabemos irremplazable.

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