La familia es una institución social que lleva años siendo materia de debate. La primera acepción del diccionario de la Real Academia Española es “grupo de personas vinculadas por relaciones de matrimonio, parentesco, convivencia o afinidad”. Esta palabra proviene del latín, curiosamente de un término —famulus— que se usaba en la Antigua Roma para designar a los sirvientes que vivían en la misma casa que su amo y que se podían considerar una especie de patrimonio de este. Desde entonces, tanto el concepto como su estructura han cambiado mucho, pero no tanto el que debería ser su papel fundamental: el de cuidado, protección y pertenencia. Y nótese el debería. Porque, en ocasiones, la familia se convierte en un foco de angustia e incluso de problemas de salud mental.La teoría está clara. “La familia cumple la función de brindarnos protección, seguridad, afecto y proporcionarnos valores y normas que nos permitan socializar. En la familia también aprendemos cuáles son las reglas del juego, cómo ver el mundo, a nosotros mismos y a los demás. Es el primer contexto en el que los individuos aprenden normas sociales, valores y creencias”, resume Berta Sugranyes, psicóloga, terapeuta familiar y docente del Máster de Terapia Familiar Socioeducativa de la Cooperativa Eduvic. Desde los primeros vínculos de apego con un bebé, la familia es el primer agente socializador que tienen los individuos, el que les aporta ciertas bases y valores y el que, en una importante medida, marcará ciertas pautas en las conductas futuras. Pero, ¿qué sucede si la familia no cumple esa función de seguridad y afecto y no se construye una buena base?Más información“La manera en la que los progenitores se comunican o crían a sus hijos e hijas estaría relacionado con el ajuste emocional y comportamiento social de los futuros adultos. En esta línea, existen numerosos estudios que correlacionan el estilo de crianza con la competencia social, autoestima y habilidades para afrontar incertidumbres y retos”, apunta Cristina Sánchez Navarro, vicepresidenta de la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar (FEATF).Además, también es importante que en la etapa adulta la familia siga siendo una estructura a la que acudir en busca de seguridad, ya sea afectiva, física o incluso económica, pero donde no falte la autonomía personal. “Esto es más teoría que realidad, ya que a menudo nos encontramos con adultos que no son capaces de reclamar su espacio dentro del entorno familiar, con lo que se mantienen las dinámicas familiares de origen”, señala la experta.Es importante que en la etapa adulta la familia siga siendo una estructura a la que acudir en busca de seguridad, ya sea afectiva, física o incluso económica.Capuski (Getty Images)Seguramente, a muchos adultos les suene cercana la sensación de volver a tener 12 años en cuanto cruzan el umbral de casa de sus padres. Aunque esto puede ir mucho más allá. “No importa que estuviera a punto de cumplir los 40, mi madre necesitaba controlar cada decisión que tomaba. Necesitaba que le siguiera preguntando su opinión sobre todo y si no lo hacía, o no le hacía caso a lo que me recomendaba, se pasaba semanas sin casi hablarme”, explica Aníbal P., quien llevaba varios meses acudiendo a terapia por problemas de ansiedad cuando su relación con su madre empezó a convertirse en un tema habitual en sus sesiones. “Pueden surgir innumerables patologías psicosomáticas fruto de la disfunción familiar que se abordarán mucho antes que cuestionar a la familia”, apunta Sánchez Navarro.Fue también lo que le pasó a Susana F, aunque no tardó mucho en darse cuenta del problema subyacente: “Mi padre no me ha dicho nunca que me quiere. Se ha pasado la vida menospreciando mis logros con la excusa de que yo era capaz de más. Yo le justificaba, que si era de otra generación, que si le han educado así… hasta el día que le dije que iba a ser abuelo y no fue capaz ni de felicitarme ni de abrazarme. Mi marido se extrañó tanto que me preguntó si yo estaba bien. Ahí me di cuenta de que, en realidad, no lo estaba”. A partir de ese momento, Susana empezó a fijarse en cómo era la relación de otras personas cercanas con sus padres y descubrió que había normalizado algo que no lo era. “Existen mecanismos de defensa también forjados en la infancia precisamente para tolerar esa familia si es disfuncional, desde la minimización, hasta la idealización, normalización… A veces, hasta que no se tiene contacto con parejas u otras personas donde uno empieza a darse cuenta de esas conductoras disfuncionales no se verá la red flag”, indica la psicóloga perinatal Diana Sánchez.La dificultad de actuarAunque ver esa señal de alarma no siempre significa actuar en consecuencia. No es sencillo entrar en conflicto con todos esos mitos familiares que se sitúan en el imaginario colectivo y en el que la familia es una estructura casi idílica que nunca abandona ni daña a sus miembros. “Nos encontramos muchas veces con personas con altísimo sufrimiento emocional que no son capaces de cuestionarse que ese daño sufrido se lo ha provocado alguien perteneciente a su familia de sangre. El proceso de sanación empieza cuando se es capaz de cuestionar que las personas que pertenecen a esa categoría te pueden dañar“, afirma Sánchez Navarro.Esto es algo que fue especialmente difícil para Susana: “Me había pasado la vida intentando estar a la altura del estándar de mi padre y, de repente, vi lo dañino que había sido eso para mí. Fue como un terremoto”. Ese seísmo se produce, ya que, como explica Sánchez, “supone renunciar a esa imagen e idealización que durante muchos años funcionó como mecanismo de protección del individuo”. En ese momento son muy habituales los sentimientos de soledad, miedo, culpabilidad o incluso traición ante el riesgo de quebrar un importante anclaje personal e incluso una parte de la propia identidad.Son muy habituales los sentimientos de soledad, miedo, culpabilidad o incluso traición ante el riesgo de quebrar un importante anclaje personal e incluso una parte de la propia identidad.urbazon (Getty Images)“Creo que no podré librarme de la sensación de culpabilidad cuando le pongo límites a mi madre, aunque ya es un paso que sea capaz de hacerlo”, confiesa Aníbal, quien ha tenido muchas conversaciones con su progenitora para intentar buscar puntos de encuentro y reconstruir su vínculo. “Los patrones de relación que aprendimos pueden estar fallando, y probablemente tendremos que reaprender nuevas formas de vernos, vincularnos y relacionarnos”, señala Sugranyes. Se trata de hacer que la relación familiar evolucione y para eso también hay que ser conscientes de hasta qué punto la familia tiene margen para cambiar esos patrones.Es habitual que se dé lo que Sánchez llama “homeostasis familiar”, una especie de resistencia al cambio dentro del propio sistema familiar para que no se cuestione la dinámica relacional dominante. Es aquí donde entra una de las palabras más mencionadas por los psicólogos, los límites. “Es más sano poner límites que alejarte. Cuando aprendes a poner límites a los otros estás apostando por la relación, pero desde un lugar en el que te puedas proteger. Luego, la otra persona podrá elegir si los acepta o no, desde su libertad como adulto, poniendo en peligro la posibilidad de seguir relacionándose contigo, ya que no nos vamos a quedar en contextos en los que nos dañan”, apunta Sánchez Navarro, para quien distanciarse sin intentar primero poner límites es una forma de huida para no enfrentarse al conflicto, pero que no lo resuelve.A Aníbal le funcionó, pero no siempre sucede. Es importante tener en cuenta que hacer ese ejercicio y manifestar las necesidades propias puede no tener las consecuencias esperadas, aunque sea muy necesario hacerlo. “Las relaciones familiares basadas en dinámicas tóxicas pueden generar mucho estrés y afectar nuestra salud mental de una manera muy significativa”, señala Sugranyes. Susana también lo intentó después de muchos meses de terapia, pero se encontró con un muro. “Mi padre solo me dijo que él era así. Es muy doloroso decirle a alguien que supuestamente te quiere que te está haciendo daño y que no reaccione”, rememora Susana, que lleva casi un año sin apenas relación con su padre. “Al principio lo peor fue la gente que se empeñaba en decirme que era mi familia, como si eso justificara que tuviera que aguantar y perdonar cualquier cosa”, recuerda Susana, que no duda de que el distanciamiento fue la mejor decisión para ella. En su caso, fue fundamental darse cuenta de que, por muy familia que fueran, no podía quedarse esperando eternamente a que su padre cambiase: “No le odio ni nada por el estilo y estaré ahí si es necesario, pero no podía seguir manteniendo una relación que me estaba haciendo tanto daño”, admite.

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