Decía Mark Twain que la verdad es más extraña que la ficción, porque la ficción está obligada a ceñirse a las posibilidades, pero la verdad, no. Esto, que se aplica tan bien a cómo se construyen las narrativas humanas en las novelas y los cuentos, falla estrepitosamente, así, en absoluto, cuando construimos aquello a lo que podemos llamar verdad científica.Esta reflexión es pertinente siempre, pero quizás necesitemos hacer más énfasis hoy debido a los titulares de prensa donde se afirma, a menudo sin ningún titubeo, que se ha detectado una señal de vida en un planeta lejano. Estos titulares de prensa se han multiplicado a lo redondo del planeta (hago una llamada desde aquí a corregir la famosa frase “a lo largo y ancho del planeta”) y parece ser ha podido llevar a la confusión a unos cuantos individuos. Es cierto que llevamos años anunciando que estamos cerca de encontrar vida fuera de la Tierra. Es correcto, también, que estamos utilizando grandes inversiones públicas y privadas para construir grandes telescopios y laboratorios para hacerlo posible. Pero veamos dónde estamos y tomen ustedes sus propias conclusiones.Más informaciónTenemos dos opciones básicas, desde la ciencia, para entender el origen de la vida: o la creamos o la buscamos.Para crear vida no hay que tener poderes especiales, en principio solo hay que entender, desde la química, cómo se sintetizan, a partir de la materia inorgánica, los ladrillos básicos de la biología. Desde ahí, hay que descubrir, con ayuda de la bioquímica, cómo esa colección de moléculas se junta para funcionar como una célula viva. Todo ello teniendo en cuenta, por supuesto, lo que sabemos de nuestro pasado planetario en términos de atmósfera y geología, apuntando los datos de la astrofísica en cuanto a las condiciones del Sol y acerca de cómo y cuándo se producen los elementos químicos en la evolución cósmica del universo. Re-crear vida solo requeriría, por tanto, intentar reproducir la secuencia de eventos bioquímicos, geológicos y de evolución, planeta y estrella que dieron lugar a su aparición hace millones de años en la superficie de la Tierra.Si juntamos lo que sabemos, o sus partes, en el laboratorio seremos capaces de dar el salto que se dio en nuestro planeta hace millones de años desde la química inorgánica a la biología.La segunda opción es la búsqueda de vida y en esa aventura estamos embarcados desde muchos frentes. Buscar vida fuera de la Tierra es un reto consensuado por la comunidad científica internacional. Esa vida está lejos, en el espacio, porque incluso de Marte nos separan cien millones de kilómetros. Pero creemos que encontrarla no debería estar tan lejos en el tiempo porque en los últimos años hemos avanzado mucho y a los datos me remito. También tenemos que estar de acuerdo en que es un proceso que requiere mucha paciencia, observaciones muy detalladas y nueva instrumentación, aunque estemos trabajando con la mejor disponible.Y precisamente porque los sistemas que pueden albergar vida extraterrestre están lejos tenemos que tener mucha cautela a la hora de hacer afirmaciones acerca de la interpretación de las medidas, de la señal o señales, que implicaría que se ha detectado con éxito.El telescopio espacial James Webb nos está permitiendo medir atmósferas de exoplanetas con un detalle exquisito. Es cierto también que utilizando ese telescopio un equipo ha detectado, tentativamente, en el exoplaneta K 2-18b dos gases, sulfuro de dimetilo, o DMS, y disulfuro de dimetilo, o DMDS, que en la Tierra son producidos principalmente por vida microbiana como el fitoplancton marino (algas) o bacterias. Pero también es cierto que hay un salto al vacío inmenso en la afirmación que sigue y es que esa medida, espectacular por otro lado, implica la detección de vida fuera de la Tierra.De manera sencilla y sin entrar en muchos detalles, para afirmar que el DMS o el DMDS medidos en la atmósfera de K 2-18b son de origen biológico hay que demostrar que no hay otra manera de producirlos. Bastaría con probar que hay detecciones de esas moléculas en entornos donde no hay vida.Pero, un momento, en 2024 un análisis de los datos de archivo de las medidas tomadas a bordo del espectrómetro de masas a bordo de la nave espacial Rosetta de la ESA, detectó la presencia de DMS en la coma del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Un lugar no muy propicio para la vida, aunque sí para sus ladrillos moleculares. Además, hace tan solo un par de meses otro equipo liderado por astrónomos del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) en Madrid detectó DMS en el medio interestelar utilizando los radiotelescopios de 40 metros del observatorio de Yebes en Guadalajara y el de 30 metros del observatorio de Pico Veleta, en Granada.Hay, por tanto, dos lugares en el universo donde se ha demostrado la existencia de una vía sintética abiótica para el DMS: el material cometario y el medio interestelar. Ninguno es, ni de lejos, un lugar donde la vida puede campar a sus anchas. Existen dudas, por tanto, bien establecidas, para argumentar que esta molécula podría no ser un indicador fiable de la presencia de vida extraterrestre en la superficie de un planeta. Lo que queda, es simplemente seguir trabajando.Hace casi 20 años, el 7 de agosto de 1996, el New York Times decidió abrir con una portada que leía: “Un meteorito muestra indicios de vida en Marte hace mucho tiempo”. Poco después se ha demostrado que se había concluido erróneamente que se habían encontrado fósiles microscópicos en un meteorito denominado ALH84001, procedente de Marte. Ayer, el mismo diario publicaba una frase en portada que deja poco lugar a la duda: “Los astrónomos detectan una posible señal de vida en un planeta lejano”. Los titulares, concluimos, se están haciendo más atrevidos, será el signo de los tiempos.Mientras, desde la ciencia, seguiremos con mucha paciencia y mucho cuidado analizando las señales que medimos con los telescopios, realizando minucioso trabajo de laboratorio y elaborando teorías que podamos comprobar.Si podemos descubrir vida fuera de la Tierra implicaría que la vida es común y reforzaría nuestra convicción de que el camino químico hacia la vida es inevitable. Aquí no hay actos de fe. Solo tenemos que encontrar otra forma de vida extraterrestre completamente independiente de la vida en la Tierra para convencernos, por sus implicaciones, que es razonable asumir que las posibilidades de vida en el universo son infinitas. Todavía no lo hemos logrado. Seguimos trabajando, como científicos, en nombre de toda la humanidad, para conseguirlo.Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico, sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología, y Eva Villaver, subdirectora del Instituto de Astrofísica de Canarias.

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