Donald Trump inclina la balanza. El Banco Central Europeo ha recortado este jueves los tipos de interés en 25 puntos básicos por sexta vez consecutiva, hasta el 2,25%, en un movimiento propulsado por el caos arancelario desatado a comienzos de mes por el presidente de EE UU. La última vez que Christine Lagarde pasó por rueda de prensa, seis semanas atrás, la posibilidad de hacer una pausa parecía factible. Hasta probable, dado el cambio de lenguaje, los ambiciosos planes de gasto en Alemania, y la mayor velocidad de la suavización monetaria emprendida por Fráncfort frente a otros grandes bancos centrales, mucho más reacios a rebajar el precio del dinero. Pero en el regreso de la francesa a una comparecencia, el mundo parece otro.En su comunicado, el Eurobanco da una de cal y otra de arena. Por un lado, remarca los avances en el combate contra la inflación, que se moderó una décima en marzo y cerró en el 2,2%, muy cerca del objetivo. Pero por otro, reconoce que “las perspectivas de crecimiento se han deteriorado debido al aumento de las tensiones comerciales”. La mayor incertidumbre, y la respuesta adversa y volátil de los mercados amenaza, sigue el texto, con causar un endurecimiento de las condiciones de financiación. Y todos estos factores unidos “podrían lastrar adicionalmente las perspectivas económicas de la zona euro”, advierte en su mensaje, del que han desaparecido las referencias a que los tipos se encuentran en niveles “considerablemente menos restrictivos”. Toda una declaración de intenciones que apunta a la continuidad de los recortes en la próxima reunión de junio.Algo se ha roto en la sala de máquinas del capitalismo. No es irreparable, dado el carácter autoinfligido del daño —Trump no será eterno—, y su permanente capacidad de reinvención frente a las crisis —“El capitalismo tiene los siglos contados”, ironizaba al principio de la Gran Recesión un político italiano, Gianni Ruffulo—, pero puede dejar cicatrices más allá de su mandato, sobre todo en EE UU si proveedores e inversores se van con la música a otra parte. La Casa Blanca ha lanzado una destructiva guerra comercial asimétrica, de alto impacto para China y de menor intensidad —por ahora— hacia el resto. El orden económico basado en el multilateralismo político y la globalización económica tiembla y vira hacia una dinámica de bloques que se repliegan, acortando y diversificando sus cadenas de suministro, y en definitiva reducen dependencias exteriores. Eso significa el final de toda una serie de eficiencias: menos gas ruso barato y menos paraguas militar estadounidense para Europa, menos productos asiáticos a bajo coste para EE UU.Mientras lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer, los efectos negativos de ese cambio de paradigma para el crecimiento, unido al buen comportamiento de la inflación en los Veinte, la caída de los precios energéticos y el alza del euro frente a un dólar en horas bajas, han terminado por convencer al Consejo de Gobierno del BCE de que la gran amenaza que se cierne ahora sobre la economía europea no es un nuevo repunte de los precios, sino el estancamiento, por lo que ha optado por seguir retirando lastre para que la financiación fluya hacia empresas y hogares, animando el consumo.Con los mercados financieros sumidos en una montaña rusa —con más pendiente descendiente que subidas— por la sucesión de anuncios de aranceles y treguas desde el Despacho Oval, los indicadores de confianza y crecimiento reculando en Alemania, la primera economía continental —los institutos económicos han rebajado el pronóstico de crecimiento del 0,8% al 0,1%—, y los organismos internacionales, desde la OMC, al FMI, pasando por la ONU, advirtiendo del deterioro de la economía global, el BCE tenía poco margen para la inacción. De hecho, las críticas previas a la reunión iban más por el lado contrario, acusando al Eurobanco de pasarse de cauto y dejando caer si no sería más efectivo bajar dos escalones de un solo salto y recortar los tipos en 50 puntos básicos de un tirón, dada la excepcionalidad del momento.El mercado de divisas presiona en esa dirección. El euro está un 10% arriba frente al dólar desde comienzos de año. Eso significa importaciones más baratas para Europa, y por tanto menos inflación. Las cotizaciones del gas (-40% desde el pico de febrero) y el petróleo (-13% este año), también contribuyen. Y el euríbor, más bajo cuanto más caen los tipos, está cayendo este mes a niveles de septiembre de 2022, al descontar una política monetaria más laxa.El BCE, sin embargo, también podría haber recurrido a un argumentario más conservador para justificar una pausa. Así lo hizo esta semana el Banco de Canadá, que sorprendió al mantener los tipos intactos tras siete recortes y se escudó en que la incertidumbre en torno a los aranceles hace imposible emitir pronósticos económicos fiables, porque no es lo mismo una guerra comercial prolongada de tarifas elevadas que provoque una recesión, que otra más quirúrgica y limitada, por lo que prefieren aguardar a tener más información y visibilidad sobre lo que va a ocurrir. Y así parece que lo hará la Reserva Federal estadounidense: en un discurso este miércoles, su presidente, Jerome Powell, se mostró partidario de esperar a que haya una mayor “claridad” en la errática política económica actual para mover el precio del dinero. Trump reaccionó este jueves pidiendo su despido por no actuar.La pausa de 90 días decretada por el presidente de EE UU ha sido un alivio para los mercados, pero el fin de la historia aún está por escribirse. Y de momento el BCE no puede incluir en sus modelos matemáticos cifras de aranceles a largo plazo. Eso debilita su capacidad de análisis y anticipación de tendencias, pero a priori su posición es algo más cómoda que la de la Fed, sobre la que planea un escenario de estanflación. La pesadilla de cualquier banquero central.[Noticia de última hora. Habrá actualización en breve]

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