“Me da pena haberme ido porque me encanta mi país, pero sé que no puedo estar allí con los salarios que hay”. El que habla es Diego Mateos, de 24 años, educador infantil de la primera etapa, la que va de los cero a los tres años. Su país es España, pero hace ocho meses vive y trabaja en Múnich, al sur de Alemania. En el aula tiene a diez niños a cargo, junto con otras dos educadoras. Por ese trabajo cobra 2.500 euros netos al mes. Durante las prácticas que hizo en Madrid, tenía a 28 niños y una sola compañera. No le pagaban. Condiciones como estas son las que enfrentan muchos educadores españoles que no consiguen sacarse las oposiciones: altos ratios e ingresos mínimos o nulos. A muchos de ellos no les alcanza para vivir, así que trabajan de otra cosa, se cambian definitivamente de sector. Otros prefieren viajar al extranjero para llevar adelante su vocación.Es el caso de Sandra Navarro, de 31 años, quien después de cinco años en Fráncfort ha vuelto a España, concretamente a Sevilla, donde trabaja en una escuela bilingüe. En su familia hay una larga tradición de maestras, y desde pequeña sabía que quería dedicarse a ello. Al acabar la carrera universitaria de Educación Infantil en la Universidad Complutense de Madrid se puso a opositar; siempre se quedaba en la primera fase. Entonces envió su currículum a todos los centros privados y concertados de Madrid. Solo recibió respuesta de uno, donde consiguió un contrato de media jornada por el que cobraba alrededor de 500 euros. Nunca tuvo menos de 17 niños en el aula para ella sola. “Las condiciones eran malísimas”, recuerda. Era el año 2017. “La que llegaba a los 1.000 euros con una jornada completa era una afortunada, ahora imagino que habrá subido”.Poco ha subido. Después de tres años de negociaciones atascadas, en marzo las patronales de la mesa sectorial firmaron el nuevo convenio. Pedro Ocaña, secretario de Privada y Servicios Socioeducativos en Comisiones Obreras (CCOO) —sindicato mayoritario del sector y el único que rechazó el convenio—, argumenta que “lo que se ha firmado es una adaptación del texto a la legislación actual”. Y señala que las nuevas tablas salariales “perpetúan la precariedad porque son unos incrementos escasos y ridículos”.Las nuevas tablas establecen un salario anual de 16.800 euros al año (unos 1.200 al mes) en las escuelas privadas de gestión directa y de gestión indirecta con pliegos de continuidad. En el caso de estas últimas, para los nuevos pliegos de licitación aumenta a 19.600 euros (unos 1.400 euros mensuales). Pero existe una categoría profesional que está por debajo de la del educador: el auxiliar de apoyo. A estos les corresponde el salario mínimo interprofesional (1.184) en ambos casos, o de 1.216 euros en los centros de gestión indirecta con nuevos pliegos.Margarita León, catedrática de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, explica que muchas de las educadoras están contratadas “como si fuesen asistentes de cuidadoras”. Y argumenta: “En tanto que mucha de oferta es privada, las condiciones contractuales que ofrecen están, muchas veces, por debajo de la cualificación que tienen [los educadores]”.Sandra Navarro posa frente a un parque de niños en Sevilla.PACO PUENTESDiego Mateos y Sandra Navarro viajaron al exterior a través de Helmeca, una empresa alemana que se dedica a la selección de personal educativo en ese país. Uno de los requisitos es tener un B2 en alemán. Ambos lo han aprendido en una formación intensiva de seis meses brindada por la empresa. “Es complicado, pero la verdad es que me he sorprendido a mí misma”, dice Navarro.Según datos de la compañía, desde 2012 ya han colocado a más de 1.000 educadores españoles entre Múnich y Fráncfort. Magdalena Uhländer, integrante del equipo de reclutamiento y relaciones públicas, sintetiza la situación en España con una observación: “En las ferias de empleo nos encontramos con muchas academias de oposiciones para educadores, pero ninguna empresa que los contrate”.La situación de las escuelas infantiles españolas está marcada por dos factores: la caída progresiva en la natalidad y la gestión de centros con titularidad pública por parte de empresas privadas, las conocidas como escuelas de gestión indirecta. Para León, lo primero es una oportunidad. “La bajada demográfica podría aprovecharse para aumentar el presupuesto por alumno”, sostiene. Esto se traduciría en una bajada de ratios y en un avance en las condiciones de los profesionales. “Con el mismo presupuesto podríamos mejorar muchos aspectos”, dice la experta.Alemania es un ejemplo de esta posibilidad. El año pasado, la tasa de natalidad cayó por tercer año consecutivo, situando el número medio de hijos por mujer en 1,35, según el Instituto de Investigación Económica de Alemania (en España, según los últimos datos del INE, es de 1,12). Sin embargo, según cifras recopiladas por Helmeca, en los próximos cinco años el sistema alemán de educación infantil necesitará cubrir más de 308.800 puestos de trabajo. Dos de las razones de esta demanda, señala Uhländer, son una ley que garantiza una plaza en el nivel infantil a todo niño residente y una normativa de ratios mucho más estricta. “Para más o menos 100 niños, puede haber entre 15 y 20 educadores”, asegura.Respecto de las escuelas de gestión indirecta, León insiste en que hay que “incidir en las condiciones de la externalización”. La gestión privada, sostiene, no implica una menor calidad. “Ahora, si externalizas porque quieres quitarte el problema de encima sin atender a los criterios del servicio, pasa esto”, dice. Y concluye: “No creo que vayamos a ir a un modelo 100% público, así que es importante poner el énfasis en sentar las bases de la oferta, sea pública o privada”.Pero para Ocaña, la solución está en revertir la externalización. Según el secretario de CCOO, en sitios como Galicia, Cataluña o Madrid, más del 70% del sector privado son escuelas de gestión indirecta. “Ha de ser la propia administración quien ofrezca directamente el servicio, quedándose con las trabajadoras que hay en ese momento; si no eres capaz de pagar 1.500 o 1.600 euros a una educadora, no montes una escuela, dedícate a otra cosa”, espeta. Y subraya: “A los educadores hay que pagarles por su formación y por su responsabilidad”.Navarro, que ahora trabaja con niños de tres a seis años en Sevilla, describe el papel de la educadora como “un trabajo muy físico y exigente, y con las familias que están muy pendientes, como es lógico”. Y también hace énfasis en la responsabilidad: “Tienes 20 niños pequeños a tu cargo con los que pasas muchas horas, puedes acabar en la cárcel”. Al quinto año en Fráncfort, durante su primer embarazo, regresó a España. No es el caso de Mateos, en Múnich, que no contempla la posibilidad de volver: “Preferiría estar en España, pero si voy a cobrar mucho menos y voy a estar agobiado porque no llego a fin de mes, me quedo aquí, no tengo ninguna duda”.

La precariedad del sector empuja a educadores infantiles a buscar trabajo en Alemania | Educación
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