Todo comenzó con una encuadernadora. Rubén Páez (Asturias, España, 40 años) recuerda que hace cinco años un excompañero de piso que vive en Italia lo visitó. Aunque ambos conversaron animadamente sobre qué había sucedido con sus vidas, su amigo se dio cuenta de que este educador de adolescentes y personas con discapacidad tenía su piso repleto con artículos comprados en Amazon. “¿Y esto que tienes aquí, lo usas?”, le dijo su antiguo roomie apuntando a la máquina que sirve para unir páginas y crear libros que estaba en medio del salón. “No”, respondió Páez. “¿Por qué no lo regresas?”, le insistió.“Empezamos a revisar las cosas que había comprado en el último tiempo”, cuenta a EL PAÍS por teléfono. Él se percató, a través del historial de pedidos de la plataforma, que el primer año que abrió la cuenta había adquirido 10 objetos, el segundo 20, luego 50 hasta que vio el número 70 y una sensación de incomodidad le apretó el estómago y le subió hasta la cabeza. “No son unas cantidades de dinero muy grandes, pero la mayoría de las cosas no las necesitaba realmente”, dice. Los cómics y videojuegos se repetían en aquella lista a la que accedió con solo hacer click en el menú desplegable. También la comida a domicilio era su perdición. “Tenía el teléfono de todos. Ahora no tengo ni el de Burger King”, asegura.Más informaciónÉl padece de una adicción a las compras, algo que entendió después de dos años de terapia psicológica y grupal en la Asociación Caer y Levantarse (Cayle), que presta ayuda a personas afectadas por adicciones comportamentales sin sustancia. Las compras impulsivas son parte de un trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo por adquirir cosas y comprar de manera desenfrenada. No se trata de algo nuevo: se reconoció a principios del siglo XIX y se estableció como trastorno psiquiátrico en el XX. Tampoco hay cifras concretas sobre a cuántas personas afecta este problema en España. La cantidad de adictos varía en el mundo, con altas tasas en países como Estados Unidos, Europa, China, India y Brasil. Hay encuestas que han detectado una prevalencia alta en las mujeres. Y otras que no encuentran esta diferencia de género.Los testimonios de otros adictos iluminaron a Páez y pensó: “¡pero si estas historias se parecen a la mía!”. “Yo no manejaba cantidades muy grandes porque soy bastante pobre, pero podía gastar 200 o 300 euros a diario. El día 15 ya no tenía un duro”, reconoce. Cuando se celebraron las elecciones autonómicas en 2023, por ejemplo, le tocó ser vocal. Y mientras comprobaba la identidad de cada votante y escrutaba los votos, él fantaseaba con lo que haría con los 70 euros que iba a recibir por la jornada. Todo el dinero que llegaba a sus manos se desvanecía.El consumo se ha transformado en un componente esencial de la vida diaria. Casi 7 de cada 10 españoles eligen comprar en persona antes que online, de acuerdo al Observatorio Celetem. La cifra de negocio del comercio digital, por otro lado, ha experimentado un aumento significativo en una década, pasando de 16.300 millones a más de 99.200 millones de euros en 2023. Para algunas personas, sin embargo, comprar puede pasar de la mera adquisición de productos y transformarse en una obsesión destructiva.Varias personas realizan compras en comercios en la Gran Via, en el centro de Madrid.Jaime VillanuevaAntón Durán, psicólogo y director de la Fundación hay Salida ―un centro de tratamiento de adicciones en Madrid―, explica que este hábito es un verdadero “bombardeo de dopamina”, un neurotransmisor que se produce en el cerebro e interviene en procesos como el movimiento del cuerpo, la memoria y la recompensa. “Con las compras o el juego, el cerebro se acostumbra y busca más. Es cierto que hay pautas específicas entre una adicción y otra, pero el tratamiento es el mismo”, explica el experto. Páez reconoce que antes que hombre e incluso ser humano es “un consumidor”. Para él, no es lo mismo ir a comprar tomates que buscar un videojuego en una tienda.Páez recuerda que en esa época había terminado con su pareja y estaba en un trabajo que no le gustaba. A Sandra de la Varga, una actriz de 25 años que se dedica a ser captadora social de una ONG, las ansias por gastar la invadieron mientras trabajaba, estudiaba e intentaba sacar proyectos en simultáneo. “Ha habido épocas de mi vida en que he estado muy obsesionada”, reconoce.A los 22 vivía con mucha ansiedad y estrés. “Al final lo ubicaba todo ahí”, dice. Ella entró en un bucle de visitar tiendas como Zara, NXS o Pull&Bear. Salomé García, presidenta de Cayle, asegura que las adicciones son enfermedades crónicas. “Yo soy ludópata [jugar y apostar sin control] y aunque cada persona es un mundo, todos tenemos un patrón en común”, explica. La adicción a las compras se engloba dentro de los trastornos del control de impulsos. Los pacientes no son capaces de dominarse, aun siendo conscientes de las consecuencias negativas que conllevan. Las personas que sufren de adicción llevan a cabo compras innecesarias para aliviar alguna sensación de malestar o satisfacer necesidades psicológicas, como puede ser de autoestima o estatus.Mirar, tocar y sacar objetos de un lineal va generando una sensación de euforia, que culmina cuando se efectúa la compra. Luego aparece el vacío. Páez relata que cuando llegaba un paquete nuevo a su hogar nada más importaba en su vida. “Me paso 10 días con mi videojuego y no veo el mundo. Me da igual que haya guerra en Palestina, ¿sabes? Me pongo a gozar… pero bueno, después se acaba”, expresa. La generación Z (64%) y los millennials (51%) lideran la tendencia de gastar más en compras online, advierte la última edición del Informe Europeo de Pagos de Consumidores, muy por encima de la generación X y los Boomers.Hedonismo y comprasDiana Gavilán, investigadora del comportamiento del consumidor de la Universidad Complutense de Madrid, explica que la sociedad española y el mundo occidental en general están sustentados en economías de consumo con “un marcado valor en el materialismo”. “Nuestro sistema de valores está muy conectado con la idea de comprar como una forma de felicidad”, dice.Aunque es cierto que la tecnología ha podido acercar el proceso de comunicación y de decisión, ¿qué hace que la gente compre? Las personas son dependientes del contexto, pero también son seres emocionales. Existen motivaciones hedónicas: comprar por placer, felicidad o en respuesta a un estado de ansiedad. Amazon, ejemplifica Gavilán, analiza al tipo de comprador por su perfil y utiliza los algoritmos para hacer recomendaciones, personalizar precios y enviar publicidad. “Para mí fue algo super extremo, pero tuve que dejar de entrar en estos sitios por un tiempo”, cuenta Rubén Páez. Ese paso inicial fue un gran acierto para su tratamiento.Sandra de la Varga dice que en Instagram y TikTok le aparece mucha publicidad y hubo una época en que compraba mucho fast fashion en tiendas como Shein, cuya app envía notificaciones diarias a los usuarios. “Al final te das cuenta de que el dinero se te va. Fue una época muy impulsiva y lo tuve que trabajar con mi terapeuta”, dice. Las redes sociales y la publicidad son estímulos, insiste el psicólogo Antón Durán. Si no se necesitan para trabajar, las personas adictas deberían cerrarlas. “Nosotros sugerimos que utilicen un teléfono analógico”, dice. Tampoco pueden entrar en bares, restaurantes o centros comerciales. Los pacientes retoman su vida cuando empieza el “proceso de reinserción”.Una mujer realiza compras a través de una página web desde su casa.Jaime VillanuevaEstos establecimientos poseen una serie de elementos, ya sean visuales (una luz cálida), acústicos ―como puede ser una melodía de fondo― y en general sensaciones hápticas, que codifican los estímulos que llegan a través de la piel. Al igual que los aromas, un recurso que se utiliza en cafeterías o restaurantes. Esto le sucede a Iñaki Modrego, un periodista de 26 años. No es adicto a las compras, más bien, tiene “lo justo y necesario” en su piso. No gasta en ropa a menos que se le rompa, pero no se resiste a comprar bollos y café todos los días.“A mí me cuesta mucho contenerme con la comida. Es algo con lo que tengo que luchar conmigo”, dice. Si ve unas empanadas o unos churros, los consigue sin pensarlo demasiado. En cada tienda física y online hay productos que están ubicados de manera estratégica para generar ese impulso. “Si tú vas al supermercado con las manitas en los bolsillos gastas mucho menos, pero cada vez que tocas un producto se produce un cierto tipo de apego”, señala Gavilán. La realidad es que las compras por impulso le suceden a todos.Los objetos a la venta que están cerca de una caja en un supermercado o las imágenes que aparecen al inicio de un sitio web de e-commerce busca esa respuesta. Aora Costa, doctora en neurociencia del consumidor e investigadora en la Universidad de León, es enfática en señalar que el marketing satisface necesidades. Cubre aspectos fisiológicos básicos o también sociales. “Si de verdad el marketing creara necesidades, yo compraría las botas de fútbol de moda aunque no me dedicara a jugar ese deporte”, sostiene.Costa señala que existe un sistema dual de toma de decisiones, un término que acuñó hace décadas el premio Nobel Daniel Kahneman. Funciona como si fueran “dos hermanos gemelos”, según la investigadora: uno es impulsivo, rápido y está influenciado por las emociones. El otro es más deliberativo, hace una compra planificada. Ambos están presente y se apoyan mutuamente. “Ante el estímulo que te puedas encontrar, que en este caso es el producto, entonces el sistema dual se activa”, dice.Gavilán insiste en que depende del momento. Cosas que no harías un lunes “a lo mejor las haces un sábado”. “Eres el mismo, pero el momento en el que te encuentras hace que tú tomes una decisión que en otra situación no adoptarías”, añadeSiempre está latenteRubén Páez piensa que el peligro de volver a caer en la adicción siempre está, pero la clave ha sido el apoyo recibido de sus compañeros de piso. “Yo le pedí a mi roomie que fuera mi ayudante en el proceso que se llama deshabituamiento de la adicción. Fue conmigo a algunas reuniones”, cuenta.Él no se sintió juzgado, lo que fue importante durante los primeros meses. Páez pasó de pedir comida a domicilio a cocinar junto a sus compañeros. “No lo hago todos los días, pero es habitual que cocine algo”, dice.A veces piensa que podría desbocarse la situación, pero siente que le costaría “volver a caer de lleno” como le sucedió en el pasado. “Sigo comprando cosas, pero no como antes”, resume.

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