En Gótico urbano, una antología de 10 autoras jóvenes recientemente publicada por la editorial Horror Vacui, hay relatos sobre mudanzas, cuchitriles, inmobiliarias, fianzas, facturas, arrendadores abusivos y arrendatarios desesperados. Aunque solo algunos de los cuentos incorporan giros sobrenaturales, se podría decir que todas las historias del libro son de terror. Para todo el que no accedió a una propiedad antes de la crisis de 2008 —por ser demasiado joven o por cualquier otra circunstancia—, la vivienda se ha convertido en una pesadilla. Es algo que demuestran las encuestas (la vivienda es ya la primera preocupación de los españoles, tal y como señalan los barómetros mensuales del CIS) y que se puede comprobar cotidianamente. Por ejemplo, cualquier conversación entre menores de 40 años acaba, antes o después, tratando sobre el precio de los alquileres.El 9 de marzo, el periodista Luis Paz Villa publicó en EL PAÍS un artículo sobre los “jóvenes emancipados a medias”, aquellos que, aunque disponen de trabajo y comparten piso, siguen necesitando ayuda de sus padres para llegar a fin de mes. Ensayos como Vivienda, la nueva división de clase, de Lisa Adkins, Melinda Cooper y Martijn Konings, también exploran este fenómeno que se extiende por todo Occidente. “Los adultos jóvenes dependen cada vez más de la capacidad y la voluntad de sus padres de prestarles o darles dinero para la entrada de una vivienda. En la economía de activos, la herencia y las transferencias inter vivos han adquirido un nuevo significado”, explican estos académicos que describen un mundo en el que “los ingresos procedentes del empleo suponen cada vez menos la vía de acceso al modo de vida de la clase media”.Más informaciónComo efecto colateral de la crisis de vivienda, la familia ha vuelto a ganar peso en la vida de esos jóvenes que nunca logran emanciparse del todo. Pero tal y como señalan algunas de las ficciones más populares de todos los tiempos, del Rey Lear de Hamlet a Los hermanos Karamázov de Dostoievski, de las Comedias Bárbaras de Ramón María del Valle-Inclán a la serie Succession, cuando se mezcla familia y dinero las cosas suelen ir mal. “Si la familia siempre ha tenido una función de control social, actualmente hay bases económicas que refuerzan esa posición. Más que nunca, tienes que encajar en las expectativas de vida que tienen tus padres”, apunta la antropóloga, periodista e investigadora Nuria Alabao.Lo natural es que las expectativas de los padres (o abuelos) no sean siempre las mismas que las de los hijos, de manera que, ahora que muchos de los segundos dependen de los primeros para disponer de un hogar, las desavenencias pueden enquistarse y se perpetúen incluso situaciones dolorosas, arbitrarias o de subordinación.Para todo el que no accedió a una propiedad antes de la crisis de 2008 —por ser demasiado joven o por cualquier otra circunstancia—, la vivienda se ha convertido en una pesadilla.Andy Andrews (Getty Images)Familias (y sociedades) estructuradas por la viviendaRodrigo es un arquitecto de 33 años que pudo instalarse en un piso vacío propiedad de sus padres. Aunque la suya es una vivencia privilegiada, ilustra algunas de las tensiones que estos arreglos provocan: “Vivía en otra provincia y, como me pusieron un ERTE al 50% y empecé a cobrar una miseria, propuse teletrabajar desde mi ciudad. Me vine para ahorrar y, como sabía que mis padres tenían un piso vacío, les pedí quedarme en él. Al principio, decían que el piso llevaba mucho tiempo cerrado y era un desastre. Al final, les dije que yo lo amueblaba y se convencieron, pero no llevaban muy bien eso del teletrabajo. Sospechaban que me habían despedido y se plantaban en la casa cada dos por tres”, cuenta el joven. “De repente un día venía mi padre, veía una bombilla y, a cualquier hora, volvía con una lámpara y me la instalaba. O mi madre aparecía con unas ollas viejas y las dejaba por ahí, mientras yo intentaba trabajar. Pasé a no tener ninguna intimidad, porque cada dos por tres se pasaban por allí con cualquiera. Al final, tuve que decirles que parasen”, recuerda.El arquitecto admite que su experiencia fue positiva, a pesar de tantos detalles molestos. Sin embargo, Alabao recuerda que “depender de tu familia es una lotería”. La antropóloga lo desarrolla: “No solo en el sentido de si tienes una familia con capacidad económica para darte opciones. También dependes de la suerte respecto a si es una familia más abierta, más generosa o más intolerante. En ese sentido, la familia no es una institución neutra, sino un disciplinador social con la función de preparar para el trabajo asalariado que, además, todavía se sostiene sobre relaciones jerárquicas de edad y de género”.En su ensayo ‘Efecto clase media’, Emmanuel Rodríguez explica que, durante los últimos años, el patrimonio familiar ha servido para amortiguar los efectos de las sucesivas crisis económicas.Hispanolistic (Getty Images)En su ensayo Efecto clase media, el sociólogo Emmanuel Rodríguez explica que, durante los últimos años, el patrimonio familiar ha servido para amortiguar los efectos de las sucesivas crisis económicas, “adquiriendo una importancia cada vez mayor frente a la devaluación de las credenciales educativas y la degradación de las condiciones del empleo”. “La herencia, prácticamente identificada con los bienes inmuebles, se ha convertido en el principal medio de transmisión de las posiciones de clase, y en un principio social incuestionable”, concluye. Este escenario es el resultado de una transformación también ideológica. El reciente giro reaccionario de la política mundial está muy vinculado al resurgimiento (por necesidad económica o por convicción moral) de la institución familiar. “La reivindicación de la familia es un campo netamente conservador, y la defensa de las familias es una de las principales retóricas de las extremas derechas actuales, que la usan para oponerse a derechos como los de los homosexuales o el aborto. También impulsa el neoliberalismo porque se recortan gastos sociales en la medida en que son las familias las que se van a encargar de la reproducción social”, confirma Alabao.Conflictos, generosidad y ceguera generacionalAndrea, una artista de 36 años, considera que, cuando se habla de familia y vivienda es necesario tener en cuenta cierta “ceguera generacional” que provoca que los mayores no terminen de comprender la gravedad de la crisis inmobiliaria: “Nuestros padres y abuelos no han sufrido este miedo al que estamos expuestos. No se hacen a la idea. Les falta la empatía por ausencia de experiencia directa del problema. Aún no lo vislumbran como algo sistémico, quizás porque, si aceptaran su magnitud, no entenderían nuestra resiliencia, este inmovilismo: que nada arda”, comenta. Ella misma fue expulsada de una vivienda que su abuelo prefirió mantener sin uso: “Durante mucho tiempo en mi familia hubo un par de casas vacías, y yo me obstiné en okuparlas, pero en lugar de encontrar apoyo familiar mayoritario, siempre percibí, de una forma u otra, que era preferible que se mantuvieran vacías, hasta que mi abuelo literalmente nos echó. Supongo que se mezclan dos cosas: la pregunta de por qué dejarte la casa a ti y no algún otro primo, y el miedo de los mayores a que sus casas, que son mausoleos de su pasado, se puedan ver modificadas”, considera.El caso de Sebastián, un profesor de 30 años, es algo distinto: él nunca pudo aprovechar el piso que sus padres tenían libre a pocos metros del que actualmente alquila. “Me dijeron que no se fiaban de que lo cuidara de la manera correcta, así que me busqué la vida y encontré otro para alquilar en el mismo barrio. Cuando se lo dije, se sorprendieron y me preguntaron que por qué no me había ido a su piso, lo que me llenó de rabia porque lo sentí casi como una manipulación”, recuerda. “Más adelante, cuando quise irme con mi pareja, les volví a preguntar y me volvieron a decir que no, que cómo sabían si no iba a quedarme ahí para siempre o iba a dejarles de pagar el alquiler y a seguir viviendo en su piso de okupa, lo cual me dolió todavía más, ya que estaba acudiendo a ellos en un momento de vulnerabilidad y con un trabajo estable. A día de hoy me he rendido, ya no les pido ayuda. Tampoco les guardo rencor, simplemente sé que ven el mundo de una manera que yo nunca lo voy a ver”, zanja el joven.Las nuevas generaciones deberían tener capacidad para definir sus esquemas de vida y decidir si quieren vivir con amigos, con varias parejas o como quieran imaginar, sin depender de nadie.Studio4 (Getty Images)Situaciones como las vividas por Andrea y Sebastián demuestran que la solidaridad intergeneracional no siempre se produce en España, un país en el que menos del 32% de menores de 35 años poseen su vivienda principal y más del 52% de mayores de 55 dispone de “otras propiedades inmobiliarias” además de su lugar de residencia. Aun así, lo más habitual es que estos favores sí que se produzcan aunque, según Alabao, no es lo más recomendable. “Deberíamos conseguir que las nuevas generaciones no dependan de favores. Deben tener capacidad para definir sus esquemas de vida y decidir si quieren vivir con amigos, con varias parejas o como quieran imaginar. Nadie tiene que depender de sus familiares, sino de servicios públicos más sólidos, sacando del mercado cada vez más áreas de la reproducción social de la vida. Y, por otra parte, debemos tener acceso a trabajos mejor pagados que permitan una independencia”, resume la investigadora.Mientras tanto, las consecuencias de este retorno a las redes de apoyo familiar se pueden notar en todos los ámbitos, desde la vida cultural de las ciudades hasta los equilibrios electorales. Y, sobre todo, se perciben en el interior de las propias familias, porque, a día de hoy, se mire donde se mire, hay hijos decepcionados con sus padres (y viceversa), hermanos peleados entre sí, primos que no se hablan o ancianos cuyo ingreso en una residencia se precipita tras una subida del precio del alquiler en su barrio.

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